martes, 9 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y Maitreya.

Krishnaji nos había pedido que mantuviéramos en secreto lo que habíamos presenciado en Ooty. Nosotras sentíamos que él no deseaba confundir la precisión, la claridad y el sentido directo de la enseñanza. Pero alrededor de los años 70 Krishnaji mismo empezó a hablar de ello con muchas personas estrechamente relacionadas con él. Le pregunté: “¿Cree usted que las células físicas del cerebro, incapaces de contener o de retener la inmensidad de la energía que fluye dentro del cerebro, tuvieron que crear en éste los espacios que pudieran sostenerla? ¿Hubo de producirse una mutación física en las células cerebrales mismas? ¿O fue como un rayo láser operando sobre las células del cerebro a fin de capacitarlas para funcionar plenamente y así contener lo ilimitado?”

Krishnaji respondió: “Posiblemente fue así”. Hizo una pausa y prosiguió: “Después de lo de Ojai, Leadbeater no podía explicar el dolor, y tampoco podía hacerlo Mrs. Besant. La explicación que daban ellos era que la conciencia de K tenía que vaciarse para que un fragmento del Bodhisattva Maitreya pudiera utilizar el cuerpo”.

Cuando le preguntábamos si era ‘Maitreya’, nunca decía que sí ni que no. Le pregunté: “¿Es que estamos en presencia de la primera mente que opera de modo pleno, total?”

“Es posible”, dijo K. “Y eso es lo que debe hacerse con los niños de aquí [en la escuela del Valle de Rishi]”.

Krishnamurti, al hablar en 1979 acerca de los acontecimientos de Ooty, dijo que para él la línea divisoria entre la vida y la muerte era frágil y tenue. Durante el estado en que el cuerpo era una cáscara, existía la posibilidad de que K “se fuera lejos” y no regresara jamás, o que algunos otros elementos que querían destruir la manifestación pudieran dañar el cuerpo. Por eso no podía haber miedo entre las personas que estaban cerca de él en esos momentos. El miedo atraía el mal.

Le dije que mientras él se hallaba en esos estados, sólo el cuerpo estaba operando; había un vacío en el cuerpo. La voz era como la de un niño. K dijo: “¿No podría uno explicar las dos voces diciendo que una de ellas era la del cuerpo solo?”

Pregunté: “¿Sólo el cuerpo hablaba?”

Dijo: “¿Por qué no?”

“¿Solamente una cáscara?”, insistí.

“Si, ¿por qué no?” Entonces me preguntó: “¿Era histérica la voz?”

Contesté: “No había histeria”.

“¿Era un estado imaginario?”

“¿Cómo podría yo saberlo?”, repliqué.

K preguntó qué solía ocurrir en la mañana siguiente. Dije que a veces salíamos a pasear con él, y que Krishnaji estaba animado, fresco. El dolor no había dejado huella alguna, y él parecía haber olvidado lo sucedido. Se reía muchísimo, nos miraba burlonamente, era afectuoso, considerado, nos arrollaba con su presencia y no tenía ninguna respuesta para nuestros interrogantes. Decía que no lo sabía.

Ese mismo año, 1979, cuando K estaba en Bombay, algunos de nosotros le pedimos que nos explicara el fenómeno del cambio que se producía en su rostro. Dijo: “Hace muchos años desperté y el rostro se hallaba junto a mí. Era el rostro en que se estaban convirtiendo las facciones de K. Ese rostro me acompañaba todo el tiempo, dichosamente. Era extraordinario, sumamente refinado, cultivado”. Él hablaba y sus palabras se referían a otro ser. “Y un día el rostro ya no estuvo más ahí”.

“¿Se había vuelto uno con K?” pregunté.

K dijo que no lo sabía. También habló de la necesidad que el cuerpo tenía de que se le protegiera. Nada desagradable debía ocurrir en torno al cuerpo mientras K estaba fuera, nada malo. En ese estado el cuerpo se hallaba indefenso y toda clase de elementos deseaban destruirlo. “Cuando el bien está presente, también está lo otro”.

Se le preguntó si el mal podía apoderarse de su cuerpo cuando éste se encontraba vacío. Su “no” fue absoluto.

“¿Qué es, entonces, lo que el mal puede hacer?” “¿Destruir la manifestación?”

“Sí”, dijo K, “por eso es que tiene que haber amor. Cuando hay amor, hay protección”.

K también dijo que era posible que el dolor y lo que ocurría era algo necesario, porque el cerebro aún no estaba preparado. Subsistían rastros de inmadurez, y las células cerebrales no eran lo suficientemente amplias como para recibir la energía. “Cuando la energía se derrama a raudales dentro del cerebro y éste no es capaz de contenerla, entonces esa energía siente que tiene que perfeccionarlo. Puede que sea la actividad propia de esa energía”.

Al hablar después sobre la necesidad de que dos personas estuvieran con el cuerpo, K dijo: “Donde hay amor, hay protección. El odio permite que el mal penetre”.

Cuando se le preguntó adonde iba la conciencia de K, contestó: “Me he preguntado a mí mismo qué ocurre cuando no hay movimiento alguno del cerebro”. Al cabo de un rato continuó: “Cesa completamente. Viene solamente cuando tiene que manifestarse. Deja de existir cuando no está ahí. ¿Acaso el aire tiene algún lugar especial, lo tiene la luz? Encierran al aire, y entonces está ahí. Se rompe el encierro, y está en todas partes”.

Parecía vacilar en inquirir más. Dijo que él no debía indagar más allá. “Ustedes pueden preguntar”, dijo, “y yo contestaré. Pero yo no puedo preguntar”.



 Biografía de J. Krishnamurti. Pupul Jayakar. Editorial Kier.

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