Año 1969.
K permaneció en Londres con Mrs. Bindley por tres días antes de emprender vuelo para encontrarse con Vanda Scaravelli en Ginebra y luego continuar a Gstaad, donde ella había alquilado para el verano una casa grande amueblada, el Chalet Tanneg, que más tarde habría de alquilar para él todos los veranos. Se habían hecho arreglos para una pequeña reunión en el Landhaus, situado en el pueblo vecino de Saanen. Doris Pratt, que se había encontrado con K en Heathrow, relató a la Signora que ella lo había visto «absolutamente exhausto» y que él le había dicho: «Usted no sabe lo que es tener a alguien como la Signora Vanda a quien poder acudir. Nunca he sido tratado tan maravillosamente hasta ahora. Ella es tan bondadosa». Doris continuaba:
Yo no creo que él lo haya pasado nada bien en Ojai. Él no quería que se tejieran chismes acerca de todo eso, pero dijo que contestaría cualquier pregunta que yo quisiera formularle. De modo que le pregunté si Rajagopal había cambiado su reciente actitud destructiva, y él contestó: «No». Pregunté si Rajagopal va a continuar con el trabajo, y él contestó: «Sí». Dije que suponía que iba a ser en una forma limitada, únicamente en relación con las publicaciones, y él dijo: «Sí». Agregó: «Estoy escribiéndole una carta».
K le pidió a Doris que no le enviara más información a Rajagopal sobre el dinero que se gastaba a su favor. Sus gastos en Londres durante mayo y junio, incluida la renta de la casa de Wimbledon y el alquiler del Town Hall, ascendían a 477 libras, mientras que las donaciones sumaban 650 libras en el mismo período.
K escribió a Rajagopal pidiéndole nuevamente informes sobre la situación financiera de la KWINC e insistiendo en que su carta debía mostrarse a los demás síndicos; decía que tenía tanta responsabilidad por la Sociedad como podía tenerla Rajagopal, y reiteraba que deseaba su reincorporación a la junta. No recibió respuesta a esta carta, aunque algún tiempo después, mientras él estaba en la India, Rajagopal le envió una hoja de Balance que él, por supuesto, no podía entender.
En esta primera asamblea realizada en Saanen entre el 25 de julio y el 13 de agosto hubo nueve reuniones. El Landhaus, que tenía capacidad para cerca de trescientas cincuenta personas, se llenaba en cada reunión, y estaban representadas diecinueve nacionalidades diferentes. K había permanecido alrededor de dos semanas en el Chalet Tanneg antes de que dieran comienzo las reuniones. El día posterior a su arribo, julio 13, escribió en su cuaderno de notas: «Aquí el cuerpo se halla completamente relajado y en descanso. La noche anterior, después del largo y bello paseo en automóvil a través de la región montañosa, al entrar en la habitación, esa extraña bendición sagrada estaba ahí. La otra persona [la Signora] también la sintió». Y al día siguiente: «La noche pasada, ese sentimiento sagrado llenó la habitación... la urgencia por repetir una experiencia, no importa lo placentera, bella o provechosa que haya sido, es el terreno donde crece el dolor». Cuatro días más tarde, Vanda Scaravelli tuvo su primera experiencia del «proceso» de K, que ella registró así:
Estábamos conversando después del almuerzo. En la casa no había nadie. Súbitamente K experimentó un desfallecimiento. Lo que sucedió entonces es imposible de describir, no hay palabras que puedan aproximarse a ello; pero también es algo demasiado serio, demasiado extraordinario, demasiado importante para que se mantenga a oscuras, sepultado en el silencio o sin mencionarse. En el rostro de K hubo un cambio. Sus ojos se volvieron más grandes, más anchos y más profundos, y tenía un aspecto tremendo, más allá de cualquier estado posible. Era como si hubiera una presencia poderosa que perteneciera a otra dimensión. Había un sentimiento inexplicable de vacío y plenitud al mismo tiempo.
K, evidentemente, se había «salido» de sí, porque Vanda anotó las advertencias hechas por el ser que quedó atrás: «“No me dejes hasta que él regrese. Él debe quererte si deja que me toques, porque en esto es muy particular. No dejes que nadie se acerque hasta que él vuelva”». Vanda agregaba luego: «No podía entender en absoluto lo que estaba ocurriendo y me sentía estupefacta».
Al día siguiente, el 19, y a la misma hora, K «se salió» de sí nuevamente, y otras vez Vanda anotó lo que «el cuerpo» decía mientras él estaba «fuera»: «“Me siento muy extraño. ¿Dónde estoy? No me dejes. ¿Puedes, por favor, quedarte conmigo hasta que él vuelva? ¿Estás cómoda? Toma una silla. ¿Lo conoces bien? ¿Lo cuidarás?” Todavía no puedo comprender lo que está ocurriendo, es todo demasiado inesperado, demasiado incomprensible. Cuando K recobró la conciencia me pidió que le dijera lo que había sucedido, y por eso escribí estas notas en un intento de transmitir alguna pálida idea de lo que he visto y sentido».
Vanda ya había tenido una experiencia de esos desvanecimientos de K. La primera vez sucedió cuando ella lo llevaba en auto a Gstaad, el 12 de julio. Sin previo aviso él se dejó caer en su asiento derrumbándose como una pieza de paño. K le dijo más tarde que jamás se desmayaba a menos que hubiera alguien presente. Otra vez, mientras estaban paseando en Gstaad, él cayó hacia atrás como un árbol talado; afortunadamente ella iba detrás y K fue a parar entre sus brazos. Extrañamente, ella no se alarmó ni se preocupó por su desmayo, aun cuando éste pudo haber sido peligroso. Después de unos pocos momentos, él habría de recobrarse por completo. Le dijo que después de desmayarse siempre se sentía mejor.
El 20 de julio K escribía en su cuaderno de notas:
El proceso fue particularmente intenso ayer por la tarde. Esperando en el automóvil, uno se hallaba tan abstraído que casi no advertía lo que estaba sucediendo alrededor. Más tarde la intensidad aumentó y fue casi insoportable, al punto que uno se vio forzado a acostarse. Afortunadamente había alguien en el cuarto [Vanda].
El cuarto se llenó con esa bendición. Lo que siguió entonces es casi imposible de registrar en palabras; las palabras son cosas tan muertas, con un significado tan definitivamente establecido, y lo que ocurrió estaba más allá de todas las palabras y no puede ser descrito. Ello era el centro de toda creación; era una purificadora seriedad que limpiaba el cerebro de todo pensamiento y sentimiento; esa seriedad era como un relámpago que destruye y quema; su profundidad no tenía medida, ahí estaba inmutable, impenetrable, una solidez que era tan leve como los cielos. Estaba en los ojos, en la respiración. Estaba en los ojos y los ojos podían ver Los ojos que veían, que miraban, eran totalmente diferentes de los ojos orgánicos y, sin embargo, eran los mismos ojos. Sólo existía el ver, los ojos que veían más allá del tiempo espacio. Había una impenetrable dignidad y una paz que era la esencia de todo movimiento, de toda acción. Ninguna virtud la alcanzaba porque estaba más allá de toda virtud y de todas las sanciones humanas. Era el amor, el amor que es totalmente perecedero y que por eso tiene la delicadeza de todo lo que es nuevo, vulnerable, destructible; no obstante, aquello estaba más allá de todo esto. Ahí estaba, imperecedero, innominable, lo desconocido. Ningún pensamiento podría jamás tocarlo. Era «puro», incontaminado, y así siempre bello, como la muerte.
Todo esto pareció afectar el cerebro. Éste no era como había sido antes. (El pensamiento es algo tan trivial, necesario pero trivial). A causa de ello la relación parece haber cambiado. Tal como una terrible tormenta, como un destructivo terremoto da un curso nuevo a los ríos, cambia el paisaje y cava profundamente la tierra, así ello ha arrasado los contornos del pensamiento, ha cambiado la forma del corazón.
KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)
K permaneció en Londres con Mrs. Bindley por tres días antes de emprender vuelo para encontrarse con Vanda Scaravelli en Ginebra y luego continuar a Gstaad, donde ella había alquilado para el verano una casa grande amueblada, el Chalet Tanneg, que más tarde habría de alquilar para él todos los veranos. Se habían hecho arreglos para una pequeña reunión en el Landhaus, situado en el pueblo vecino de Saanen. Doris Pratt, que se había encontrado con K en Heathrow, relató a la Signora que ella lo había visto «absolutamente exhausto» y que él le había dicho: «Usted no sabe lo que es tener a alguien como la Signora Vanda a quien poder acudir. Nunca he sido tratado tan maravillosamente hasta ahora. Ella es tan bondadosa». Doris continuaba:
Yo no creo que él lo haya pasado nada bien en Ojai. Él no quería que se tejieran chismes acerca de todo eso, pero dijo que contestaría cualquier pregunta que yo quisiera formularle. De modo que le pregunté si Rajagopal había cambiado su reciente actitud destructiva, y él contestó: «No». Pregunté si Rajagopal va a continuar con el trabajo, y él contestó: «Sí». Dije que suponía que iba a ser en una forma limitada, únicamente en relación con las publicaciones, y él dijo: «Sí». Agregó: «Estoy escribiéndole una carta».
K le pidió a Doris que no le enviara más información a Rajagopal sobre el dinero que se gastaba a su favor. Sus gastos en Londres durante mayo y junio, incluida la renta de la casa de Wimbledon y el alquiler del Town Hall, ascendían a 477 libras, mientras que las donaciones sumaban 650 libras en el mismo período.
K escribió a Rajagopal pidiéndole nuevamente informes sobre la situación financiera de la KWINC e insistiendo en que su carta debía mostrarse a los demás síndicos; decía que tenía tanta responsabilidad por la Sociedad como podía tenerla Rajagopal, y reiteraba que deseaba su reincorporación a la junta. No recibió respuesta a esta carta, aunque algún tiempo después, mientras él estaba en la India, Rajagopal le envió una hoja de Balance que él, por supuesto, no podía entender.
En esta primera asamblea realizada en Saanen entre el 25 de julio y el 13 de agosto hubo nueve reuniones. El Landhaus, que tenía capacidad para cerca de trescientas cincuenta personas, se llenaba en cada reunión, y estaban representadas diecinueve nacionalidades diferentes. K había permanecido alrededor de dos semanas en el Chalet Tanneg antes de que dieran comienzo las reuniones. El día posterior a su arribo, julio 13, escribió en su cuaderno de notas: «Aquí el cuerpo se halla completamente relajado y en descanso. La noche anterior, después del largo y bello paseo en automóvil a través de la región montañosa, al entrar en la habitación, esa extraña bendición sagrada estaba ahí. La otra persona [la Signora] también la sintió». Y al día siguiente: «La noche pasada, ese sentimiento sagrado llenó la habitación... la urgencia por repetir una experiencia, no importa lo placentera, bella o provechosa que haya sido, es el terreno donde crece el dolor». Cuatro días más tarde, Vanda Scaravelli tuvo su primera experiencia del «proceso» de K, que ella registró así:
Estábamos conversando después del almuerzo. En la casa no había nadie. Súbitamente K experimentó un desfallecimiento. Lo que sucedió entonces es imposible de describir, no hay palabras que puedan aproximarse a ello; pero también es algo demasiado serio, demasiado extraordinario, demasiado importante para que se mantenga a oscuras, sepultado en el silencio o sin mencionarse. En el rostro de K hubo un cambio. Sus ojos se volvieron más grandes, más anchos y más profundos, y tenía un aspecto tremendo, más allá de cualquier estado posible. Era como si hubiera una presencia poderosa que perteneciera a otra dimensión. Había un sentimiento inexplicable de vacío y plenitud al mismo tiempo.
K, evidentemente, se había «salido» de sí, porque Vanda anotó las advertencias hechas por el ser que quedó atrás: «“No me dejes hasta que él regrese. Él debe quererte si deja que me toques, porque en esto es muy particular. No dejes que nadie se acerque hasta que él vuelva”». Vanda agregaba luego: «No podía entender en absoluto lo que estaba ocurriendo y me sentía estupefacta».
Al día siguiente, el 19, y a la misma hora, K «se salió» de sí nuevamente, y otras vez Vanda anotó lo que «el cuerpo» decía mientras él estaba «fuera»: «“Me siento muy extraño. ¿Dónde estoy? No me dejes. ¿Puedes, por favor, quedarte conmigo hasta que él vuelva? ¿Estás cómoda? Toma una silla. ¿Lo conoces bien? ¿Lo cuidarás?” Todavía no puedo comprender lo que está ocurriendo, es todo demasiado inesperado, demasiado incomprensible. Cuando K recobró la conciencia me pidió que le dijera lo que había sucedido, y por eso escribí estas notas en un intento de transmitir alguna pálida idea de lo que he visto y sentido».
Vanda ya había tenido una experiencia de esos desvanecimientos de K. La primera vez sucedió cuando ella lo llevaba en auto a Gstaad, el 12 de julio. Sin previo aviso él se dejó caer en su asiento derrumbándose como una pieza de paño. K le dijo más tarde que jamás se desmayaba a menos que hubiera alguien presente. Otra vez, mientras estaban paseando en Gstaad, él cayó hacia atrás como un árbol talado; afortunadamente ella iba detrás y K fue a parar entre sus brazos. Extrañamente, ella no se alarmó ni se preocupó por su desmayo, aun cuando éste pudo haber sido peligroso. Después de unos pocos momentos, él habría de recobrarse por completo. Le dijo que después de desmayarse siempre se sentía mejor.
El 20 de julio K escribía en su cuaderno de notas:
El proceso fue particularmente intenso ayer por la tarde. Esperando en el automóvil, uno se hallaba tan abstraído que casi no advertía lo que estaba sucediendo alrededor. Más tarde la intensidad aumentó y fue casi insoportable, al punto que uno se vio forzado a acostarse. Afortunadamente había alguien en el cuarto [Vanda].
El cuarto se llenó con esa bendición. Lo que siguió entonces es casi imposible de registrar en palabras; las palabras son cosas tan muertas, con un significado tan definitivamente establecido, y lo que ocurrió estaba más allá de todas las palabras y no puede ser descrito. Ello era el centro de toda creación; era una purificadora seriedad que limpiaba el cerebro de todo pensamiento y sentimiento; esa seriedad era como un relámpago que destruye y quema; su profundidad no tenía medida, ahí estaba inmutable, impenetrable, una solidez que era tan leve como los cielos. Estaba en los ojos, en la respiración. Estaba en los ojos y los ojos podían ver Los ojos que veían, que miraban, eran totalmente diferentes de los ojos orgánicos y, sin embargo, eran los mismos ojos. Sólo existía el ver, los ojos que veían más allá del tiempo espacio. Había una impenetrable dignidad y una paz que era la esencia de todo movimiento, de toda acción. Ninguna virtud la alcanzaba porque estaba más allá de toda virtud y de todas las sanciones humanas. Era el amor, el amor que es totalmente perecedero y que por eso tiene la delicadeza de todo lo que es nuevo, vulnerable, destructible; no obstante, aquello estaba más allá de todo esto. Ahí estaba, imperecedero, innominable, lo desconocido. Ningún pensamiento podría jamás tocarlo. Era «puro», incontaminado, y así siempre bello, como la muerte.
Todo esto pareció afectar el cerebro. Éste no era como había sido antes. (El pensamiento es algo tan trivial, necesario pero trivial). A causa de ello la relación parece haber cambiado. Tal como una terrible tormenta, como un destructivo terremoto da un curso nuevo a los ríos, cambia el paisaje y cava profundamente la tierra, así ello ha arrasado los contornos del pensamiento, ha cambiado la forma del corazón.
KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)
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