Año 1973.
Otro día, cuando vino K, le sugerí que debía comenzar a escribir otro diario, tal como lo había hecho en 1961. La idea le gustó; esa misma tarde compró cuadernos de notas y lápices, y empezó a escribir a la mañana siguiente, el 14 de septiembre. Continuó escribiendo en su cuaderno de notas todos los días durante las siguientes seis semanas. La mayor parte del diario la escribió en Brockwood, pero lo continuó cuando fue a Roma en octubre. Estos escritos, publicados en 1982 bajo el título de Krishnamurti's Journal (Editado en español con el título: Diario II), revelan más acerca de él en lo personal, que cualquier otra de sus obras. En todo lo escrito se refiere a sí mismo en tercera persona como «él». El 15 de septiembre escribía:
Sólo recientemente descubrió él que no había un sólo pensamiento durante estos largos paseos... Él siempre había sido así, desde que era niño; ningún pensamiento penetraba en su mente. Él sólo observaba y escuchaba, nada más. Nunca surgía el pensamiento con sus asociaciones. No había formación de imágenes. Un día, de pronto se dio cuenta de lo extraordinario que eso era; a menudo intentó pensar, pero no acudía pensamiento alguno. En estos paseos, con gente o sin ella, todo movimiento del pensar estaba ausente. Esto es estar solo.
Y el 17.
Él siempre tuvo esta extraña falta de distancia entre él mismo y los árboles, los ríos y las montañas. Ello no era algo cultivado; uno no puede cultivar una cosa como ésa. Jamás hubo un muro entre él y otro ser humano. Lo que ellos le hacían, lo que le decían, jamás parecía herirlo, ni tampoco le afectaba el halago. De algún modo siempre permaneció totalmente ileso. No era un retraído ni un solitario, sino que era como las aguas de un río. Tenía muy pocos pensamientos, y ni un solo pensamiento cuando estaba solo.
Y el 21:
Él nunca ha sido lastimado pese a las muchas cosas que le sucedieron, halagos e insultos, amenazas y seguridad. No es que él fuera insensible o inconsciente; no tenía una imagen de sí mismo, ni conclusión ni ideología alguna. La imagen es resistencia, y cuando ésta no existe hay vulnerabilidad pero no hay heridas psicológicas.
Dos días más tarde escribió:
Estaba de pie, solo, en la margen baja del río... Estaba de pie ahí, sin nadie en los alrededores, solo, libre y distante. Tendría catorce años o menos. Ellos le habían encontrado a él y a su hermano muy recientemente, y ya le rodeaba toda la agitación y la importancia que le habían asignado. Era el centro del respeto y la devoción, y en los años venideros estaría a la cabeza de organizaciones y de grandes propiedades. Todo eso y la disolución de esas organizaciones, todavía estaba por delante. De pie ahí, solo, perdido y extrañamente lejano, era su primer y perdurable recuerdo de aquellos días con sus acontecimientos. Él no recuerda su infancia, las escuelas y los castigos. Años más tarde, el mismo maestro que lo lastimaba, le contó que acostumbraba apalearlo prácticamente todos los días; él solía llorar y lo dejaban afuera, en el balcón, hasta que la escuela se cerraba y el maestro venía a pedirle que se fuera a su casa; de lo contrario, habría seguido allí, olvidado en el balcón. Según le dijo este hombre, lo apaleaba porque él no podía estudiar ni recordar nada de lo que había leído o le habían enseñado. Más tarde, el maestro no podía creer que ese niño fuera el hombre que había ofrecido la plática que acababa de escuchar. Estaba sumamente sorprendido e innecesariamente respetuoso.
Todos aquellos años pasaron sin dejar cicatrices ni recuerdos en su mente; sus amistades, sus afectos, aun esos años con quienes lo habían maltratado; de algún modo, ninguno de estos eventos, amable o brutal, ha dejado huellas en él. En años recientes, un escritor le preguntó si podía rememorar todos aquellos sucesos más bien extraños, y cuando él contestó que no podía recordarlos y que sólo podía repetir lo que otros le habían contado, el hombre, con un ademán despectivo, declaró que eso era pretexto y simulación. Pero él nunca bloqueó conscientemente ningún suceso, agradable o desagradable, impidiendo que entrara en su mente. Los acontecimientos venían, no dejaban huella ninguna y morían.
Aparte de este recuerdo de estar junto al río Adyar poco después de que lo «descubrieran», K parece tener sólo otro recuerdo de su infancia. Éste lo registró en su diario el día 4 de octubre: «Cuando era un muchacho acostumbraba a sentarse bajo un gran árbol que estaba cerca de un estanque donde crecían flores de loto; éstas eran de color rosa y tenían un aroma muy intenso. Desde la sombra de ese espacioso árbol, él observaba las delgadas culebras verdes y los camaleones, las ranas y las serpientes acuáticas. Su hermano, junto con otros, solía venir para llevárselo a la casa».
Yo creo que éste es un recuerdo genuino, que nadie le contó esto jamás.
Otro día, cuando vino K, le sugerí que debía comenzar a escribir otro diario, tal como lo había hecho en 1961. La idea le gustó; esa misma tarde compró cuadernos de notas y lápices, y empezó a escribir a la mañana siguiente, el 14 de septiembre. Continuó escribiendo en su cuaderno de notas todos los días durante las siguientes seis semanas. La mayor parte del diario la escribió en Brockwood, pero lo continuó cuando fue a Roma en octubre. Estos escritos, publicados en 1982 bajo el título de Krishnamurti's Journal (Editado en español con el título: Diario II), revelan más acerca de él en lo personal, que cualquier otra de sus obras. En todo lo escrito se refiere a sí mismo en tercera persona como «él». El 15 de septiembre escribía:
Sólo recientemente descubrió él que no había un sólo pensamiento durante estos largos paseos... Él siempre había sido así, desde que era niño; ningún pensamiento penetraba en su mente. Él sólo observaba y escuchaba, nada más. Nunca surgía el pensamiento con sus asociaciones. No había formación de imágenes. Un día, de pronto se dio cuenta de lo extraordinario que eso era; a menudo intentó pensar, pero no acudía pensamiento alguno. En estos paseos, con gente o sin ella, todo movimiento del pensar estaba ausente. Esto es estar solo.
Y el 17.
Él siempre tuvo esta extraña falta de distancia entre él mismo y los árboles, los ríos y las montañas. Ello no era algo cultivado; uno no puede cultivar una cosa como ésa. Jamás hubo un muro entre él y otro ser humano. Lo que ellos le hacían, lo que le decían, jamás parecía herirlo, ni tampoco le afectaba el halago. De algún modo siempre permaneció totalmente ileso. No era un retraído ni un solitario, sino que era como las aguas de un río. Tenía muy pocos pensamientos, y ni un solo pensamiento cuando estaba solo.
Y el 21:
Él nunca ha sido lastimado pese a las muchas cosas que le sucedieron, halagos e insultos, amenazas y seguridad. No es que él fuera insensible o inconsciente; no tenía una imagen de sí mismo, ni conclusión ni ideología alguna. La imagen es resistencia, y cuando ésta no existe hay vulnerabilidad pero no hay heridas psicológicas.
Dos días más tarde escribió:
Estaba de pie, solo, en la margen baja del río... Estaba de pie ahí, sin nadie en los alrededores, solo, libre y distante. Tendría catorce años o menos. Ellos le habían encontrado a él y a su hermano muy recientemente, y ya le rodeaba toda la agitación y la importancia que le habían asignado. Era el centro del respeto y la devoción, y en los años venideros estaría a la cabeza de organizaciones y de grandes propiedades. Todo eso y la disolución de esas organizaciones, todavía estaba por delante. De pie ahí, solo, perdido y extrañamente lejano, era su primer y perdurable recuerdo de aquellos días con sus acontecimientos. Él no recuerda su infancia, las escuelas y los castigos. Años más tarde, el mismo maestro que lo lastimaba, le contó que acostumbraba apalearlo prácticamente todos los días; él solía llorar y lo dejaban afuera, en el balcón, hasta que la escuela se cerraba y el maestro venía a pedirle que se fuera a su casa; de lo contrario, habría seguido allí, olvidado en el balcón. Según le dijo este hombre, lo apaleaba porque él no podía estudiar ni recordar nada de lo que había leído o le habían enseñado. Más tarde, el maestro no podía creer que ese niño fuera el hombre que había ofrecido la plática que acababa de escuchar. Estaba sumamente sorprendido e innecesariamente respetuoso.
Todos aquellos años pasaron sin dejar cicatrices ni recuerdos en su mente; sus amistades, sus afectos, aun esos años con quienes lo habían maltratado; de algún modo, ninguno de estos eventos, amable o brutal, ha dejado huellas en él. En años recientes, un escritor le preguntó si podía rememorar todos aquellos sucesos más bien extraños, y cuando él contestó que no podía recordarlos y que sólo podía repetir lo que otros le habían contado, el hombre, con un ademán despectivo, declaró que eso era pretexto y simulación. Pero él nunca bloqueó conscientemente ningún suceso, agradable o desagradable, impidiendo que entrara en su mente. Los acontecimientos venían, no dejaban huella ninguna y morían.
Aparte de este recuerdo de estar junto al río Adyar poco después de que lo «descubrieran», K parece tener sólo otro recuerdo de su infancia. Éste lo registró en su diario el día 4 de octubre: «Cuando era un muchacho acostumbraba a sentarse bajo un gran árbol que estaba cerca de un estanque donde crecían flores de loto; éstas eran de color rosa y tenían un aroma muy intenso. Desde la sombra de ese espacioso árbol, él observaba las delgadas culebras verdes y los camaleones, las ranas y las serpientes acuáticas. Su hermano, junto con otros, solía venir para llevárselo a la casa».
Yo creo que éste es un recuerdo genuino, que nadie le contó esto jamás.
KRISHNAMURTI
Los años de plenitud
MARY LUTYENS
Impreso por Romanyà/Valls
Verdaguer, l. Capellades (Barcelona)
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