viernes, 9 de febrero de 2007

Jiddu Krishnamurti y el Buda.

Un grupo de sus amigos más íntimos acompañó a Krishna a Pergine en Italia. Estaba ahí Lady Emily con sus hijas Betty y Mary; también estaba Helen Knothe, una joven norteamericana; una íntima amiga de Krishnaji, la Dra. Shivakamu, hermana de Rukmini Arundale; Malati, la esposa de Patwardhan; otra estrecha amiga de K, Ruth Roberts; John Cordes, el representante australiano de la Estrella, quien había estado en Adyar en 1910 y 1911 y durante la época en que fue el responsable de los ejercicios físicos de Krishna, de su adiestramiento y bienestar. También se encontraban en el grupo, Rama Rao y Jadunandan Prasad, estrechos asociados de K en la India, y D. Rajagopal. Este anónimo relato acerca de K en Pergine, se encontró entre los papeles de Shiva Rao después de su muerte. Es posiblemente un diario llevado por Nitya o Cordes. Aunque la identidad del autor es desconocida, el documento parece auténtico. 

Septiembre 14, 1924: Esta tarde, en vez de jugar el habitual voleibol, nos tendimos sobre las rocas que rodean la Torre Cuadrada. Krishnaji se acuclilló sobre las rocas con Rama Rao, examinando con gran interés un pequeño caracol amarillo. Una vez, hace algunos años, recuerdo haber estado con Krishnaji cuando él descubrió una colonia de hormigas y se pasó toda la mañana alimentándolas con azúcar, revolviéndolas, y observando después cómo transportaban los huevitos y reconstruían su hormiguero. Al cabo de un rato, Krishnaji y Rama Rao encontraron otro caracol, e hicieron que treparan el uno sobre el otro arriba y abajo una y otra vez por los escarpados peñascos. El último año, en Ehrwald, él estaba acostado entre altos pastos y flores, cuando una mariposa se posó sobre su mano, y pronto tuyo una o dos suspendidas de un dedo. Su deleite era ilimitado. Él siente amor por todas las criaturas grandes y pequeñas; en realidad, todo lo que es bello y natural le interesa; perseguirá a un saltamontes siguiendo sus movimientos y reparando en el color de sus alas; o con su acostumbrado “¡Caramba!” se detendrá casi arrobado ante una escena hermosa. “Sólo miren ese lago, es tan sereno, como de hielo ­y verde oscuro­. ¿Ven los reflejos en él? ‘Oh-ee’ ustedes deben ver el lago de Ginebra tan azul­”.

Krishnaji lee en meditación todas las mañanas un breve pasaje de “El Evangelio de Buda”. Es verdaderamente un devoto, y el sonido mismo del nombre de Buda casi parece hacerlo temblar con un sentimiento de suma admiración. Hoy hubo una frase en que el Señor Buda decía que el discípulo que vive en el mundo debe ser como el loto. En la India, el loto simboliza la pureza suprema. Su capacidad de florecer plenamente mientras sus raíces se hallan en un estanque turbio y fangoso, significa la capacidad humana de florecer en pureza y elevarse desde cualquier condición, por oscura y sucia que sea.

Krishnaji estaba hablándome esta tarde. Hablaba del Señor Buda y de ese estado de existencia en que el yo está por completo ausente. Él piensa mucho en estos días acerca de ser absolutamente impersonal, y ya parece haberse sumergido profundamente en ese claro manantial inmaculado libre del fango del yo. Cuando habla del Señor Buda, un nuevo mundo se extiende delante de uno, un mundo en el que se extinguen todo amor personal y toda ambición, y uno se vuelve como la nada; sólo llegó a Krishnaji mientras él estuvo en Ojai, y aún encuentra casi imposible describir aquello. Cuenta cómo, cuando todos los Maestros estuvieron reunidos, la venida del Señor Buda fue como el viento del norte, libre de cosa alguna que siquiera se pareciera al yo. Dijo: “Toda vez que veo la pintura del Señor Buda, me digo a mí mismo: ‘Yo seré así’”.

La imagen del Señor Maitreya se le ha estado apareciendo en diversas ocasiones. En Pergine, durante la última aparición, Él le transmitió a Krishnamurti un mensaje “La felicidad que buscas no está lejos; se encuentra en cada piedra común”. En otro mensaje, Él comunicó: “No busques a los Grandes Seres cuando ellos pueden estar muy cerca de ti”. Por las tardes siguientes, Krishna habría de reír a menudo y contar cuentos cómicos muchos miembros del grupo se sintieron escandalizados por su conducta­.


Biografía de J. Krishnamurti. Pupul Jayakar. Editorial Kier. 

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