A través de los años vio a un vasto número de personas. Sanyasis, monjes budistas, siddhas, yoguis errantes, convergían hacia él en busca de respuestas o de consuelo. Jamás rehusó verlos. La túnica ocre o azafranada de los ascetas, evoca en él una profunda compasión. A principios de 1.970, dos monjes Jain comenzaron a visitarlo todos los años. Su cita tenía que ser fijada con un año de anticipación, con fecha, tiempo y lugar exactos. Porque durante los chaturmas, los cuatro meses de los monzones, los monjes descansaban y tocaban a su fin todos los viajes. Después de esos cuatro meses, los dos monjes comenzaban su peregrinaje para ver a Krishnamurti, a veces caminando setecientas millas a fin de encontrarse en Bombay el día fijado. Uno de los monjes tenía leucemia; el otro era muy joven y poseía unos ojos muy bellos. Llevaban máscaras de algodón blanco atadas alrededor de la boca, para asegurarse que ni siquiera con la respiración pudieran dañar a un insecto. No conocían el inglés, y yo tenía que traducir todo lo que se decía. Me sentaba en el umbral de la puerta, mientras ellos compartían una estera con Krishnaji porque según las ordenanzas monásticas no les era permitido sentarse en la misma estera con una mujer. Eran apasionados en su inquirir. Desde muy jóvenes habían negado severamente sus cuerpos, y la prometida liberación seguía lejana. Krishnaji se mostraba muy gentil con ellos y tenían lugar largas discusiones. Un año, estos monjes vestidos de blanco no aparecieron para su cita. Es difícil decir qué puede haber ocurrido. Tal vez el jefe de la orden a que pertenecían, intuyendo una rebelión contra la autoridad, les había negado el permiso para sus entrevistas con Krishnamurti.
Biografía de J. Krishnamurti.
Pupul Jayakar. Editorial Kier.
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