Los problemas de Nandini con su esposo Bhagwan Mehta se estaban aproximando a una crisis. Unos meses después de conocer a Krishnaji, ella le dijo a su esposo que quería llevar una vida célibe. Era inevitable que la situación explotara. Sir Chunilal Mehta se sentía perplejo, desgarrado como estaba entre su hijo y su gurú; porque todo el mundo creía que la enseñanza de Krishnaji había influido en Nandini llevándola a terminar las relaciones físicas con su esposo. Se suponía que Nandini era inmadura y que esta decisión había nacido de su inmadurez. Sir Chunilal solicitó la intervención de Krishnaji, esperando que éste pudiera persuadir a Nandini para que cambiara de idea, o que, con el tiempo y en ausencia de Krishnaji, Nandini pudiera modificar su caprichosa decisión. Pero esta situación no podía prolongarse.
No es mi intención explorar los incidentes maritales que habrían de conducir a una explosión en el hogar de mi hermana. La situación se prestó a murmuraciones y chismorreos, y la ‘élite’ de la gran ciudad metropolitana estaba agitada. Los hombres miraban con ojos distintos a sus mujeres, los grupos se cerraban. La mirada de los habitantes de Malabar Hill se volvía hacia la enorme casa de Ridge Road amueblada con adornos de un rico príncipe mercader, rico por generaciones donde las mujeres mantenían cubierta la cabeza y les estaba prohibido cantar. Lady Chunilal, la suegra de Nandini, era una anciana marchita, de boca severa fuertemente apretada y de muy pocas palabras. Después del casamiento, le había dicho a Nandini que la voz de una mujer no debía escucharse y que nadie suponía que pudiera reír; sólo le estaba permitido sonreír, siempre que no se le vieran los dientes. Pero hacia quien se volvían sobre todo los ojos de la ciudad, era hacia Krishnamurti.
En la noche del festival de Holi, cuando los fuegos se habían encendido, la situación entre marido y mujer explotó. Se le quitaron los hijos a Nandini y ésta huyó de la casa. A medianoche vino a casa de mi madre, que se hallaba apenas a cien yardas de la de Sir Chunilal Mehta. Magullada física y espiritualmente, angustiada por la pérdida de sus hijos, a la mañana siguiente fue a ver a Krishnamurti.
Debido a que en unos cuantos días tenía que marcharse, él le dijo: “Permanezca sola. Si ha actuado desde las profundidades del conocimiento propio y en su fuero interno siente que lo que ha hecho es correcto, entonces deposite toda su confianza en la vida, cuyas aguas la sostendrán, la conducirán y la nutrirán. Pero si ha sido influenciada, entonces que Dios la ayude. El gurú ha desaparecido”.
Nandini estaba sin dinero. Le habían quitado a sus hijos y tenía poca ayuda, porque mi padre había muerto. O regresaba con su esposo, o se separaba y afrontaba las consecuencias. Mi madre, luchando contra los acontecimientos que la estaban destruyendo, fue a ver a Krishnaji y le habló de la carga que ella se sentía incapaz de seguir soportando. K le dijo que se desprendiera de sus cargas, que eran responsabilidad de él. Ella lloró, pero las palabras de K aplacaron sus temores.
Dándome cuenta de las consecuencias que seguirían a cualquier movimiento que se hiciera en el sentido de una separación legal, visité a Krishnaji y le dije que, aun cuando Nandini había decidido que no volvería a su antiguo hogar, bajo ninguna circunstancia debíamos permitir cualquier acción legal, que sería necesaria para establecer la cuestión de la custodia de los hijos. Le dije que, como el marido de Nandini no tenía otra excusa, el nombre de Krishnamurti por fuerza se introduciría como habiendo ejercido influencia sobre Nandini para que ella renunciara al sexo. Él me miró largamente, y después preguntó: “¿Está usted tratando de protegerme?” Luego levantó sus brazos en un gesto significativo: “Hay seres mucho más grandes que me protegen. No titubee, haga lo que sea correcto para Nandini y los niños. Los niños son importantes. Si consideran que es justo hacerlo, luchen, sin importar si ella gana o pierde”.
Biografía de J. Krishnamurti. Pupul Jayakar. Editorial Kier.
No es mi intención explorar los incidentes maritales que habrían de conducir a una explosión en el hogar de mi hermana. La situación se prestó a murmuraciones y chismorreos, y la ‘élite’ de la gran ciudad metropolitana estaba agitada. Los hombres miraban con ojos distintos a sus mujeres, los grupos se cerraban. La mirada de los habitantes de Malabar Hill se volvía hacia la enorme casa de Ridge Road amueblada con adornos de un rico príncipe mercader, rico por generaciones donde las mujeres mantenían cubierta la cabeza y les estaba prohibido cantar. Lady Chunilal, la suegra de Nandini, era una anciana marchita, de boca severa fuertemente apretada y de muy pocas palabras. Después del casamiento, le había dicho a Nandini que la voz de una mujer no debía escucharse y que nadie suponía que pudiera reír; sólo le estaba permitido sonreír, siempre que no se le vieran los dientes. Pero hacia quien se volvían sobre todo los ojos de la ciudad, era hacia Krishnamurti.
En la noche del festival de Holi, cuando los fuegos se habían encendido, la situación entre marido y mujer explotó. Se le quitaron los hijos a Nandini y ésta huyó de la casa. A medianoche vino a casa de mi madre, que se hallaba apenas a cien yardas de la de Sir Chunilal Mehta. Magullada física y espiritualmente, angustiada por la pérdida de sus hijos, a la mañana siguiente fue a ver a Krishnamurti.
Debido a que en unos cuantos días tenía que marcharse, él le dijo: “Permanezca sola. Si ha actuado desde las profundidades del conocimiento propio y en su fuero interno siente que lo que ha hecho es correcto, entonces deposite toda su confianza en la vida, cuyas aguas la sostendrán, la conducirán y la nutrirán. Pero si ha sido influenciada, entonces que Dios la ayude. El gurú ha desaparecido”.
Nandini estaba sin dinero. Le habían quitado a sus hijos y tenía poca ayuda, porque mi padre había muerto. O regresaba con su esposo, o se separaba y afrontaba las consecuencias. Mi madre, luchando contra los acontecimientos que la estaban destruyendo, fue a ver a Krishnaji y le habló de la carga que ella se sentía incapaz de seguir soportando. K le dijo que se desprendiera de sus cargas, que eran responsabilidad de él. Ella lloró, pero las palabras de K aplacaron sus temores.
Dándome cuenta de las consecuencias que seguirían a cualquier movimiento que se hiciera en el sentido de una separación legal, visité a Krishnaji y le dije que, aun cuando Nandini había decidido que no volvería a su antiguo hogar, bajo ninguna circunstancia debíamos permitir cualquier acción legal, que sería necesaria para establecer la cuestión de la custodia de los hijos. Le dije que, como el marido de Nandini no tenía otra excusa, el nombre de Krishnamurti por fuerza se introduciría como habiendo ejercido influencia sobre Nandini para que ella renunciara al sexo. Él me miró largamente, y después preguntó: “¿Está usted tratando de protegerme?” Luego levantó sus brazos en un gesto significativo: “Hay seres mucho más grandes que me protegen. No titubee, haga lo que sea correcto para Nandini y los niños. Los niños son importantes. Si consideran que es justo hacerlo, luchen, sin importar si ella gana o pierde”.
Biografía de J. Krishnamurti. Pupul Jayakar. Editorial Kier.
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