jueves, 11 de enero de 2007

Jiddu Krishnamurti y el Silencio.

EL GRAN SILENCIO

Cada vez que salía a pasear por las ajetreadas calles de Colombo o por el campo, K iba siempre acompañado de algunos de sus amigos. Esto se debía a que no tenía un gran sentido de la orientación. Se olvidaba del camino para volver a casa si se aventuraba a salir sin guía. Con frecuencia, durante sus paseos, se detenía largo rato en distintos lugares para dedicarse a observar tranquilamente las cosas que le llamaban la atención y se olvidaba de que transcurría el tiempo.

K andaba con paso largo y brioso y la cabeza erguida y tenía por costumbre balancear los largos brazos. Siempre se hacía notar por su porte solemne y distinguido. No dejaba de sorprenderme la forma en que los desconocidos reaccionaban ante la presencia de K en las calles. Incluso las personas que nada sabían de él sentían la necesidad de mirarlo. Hombres, mujeres y niños interrumpían lo que estaban haciendo y sin quererlo fijaban la atención en K. Tal vez aquel comportamiento fuera provocado por la atracción inconsciente hacia la pureza y lo extraordinario de K.

K no dejaba nunca de señalar las faltas de cuantos lo rodeaban. Por ejemplo, cierto joven tenía la costumbre de arrancar hojas y flores para aplastarlas. Un día, mientras paseábamos por un bosque tropical y disfrutábamos de sus flores y pájaros multicolores, este hombre se puso a arrancar arbustos. K le dijo que estuviera alerta, sobre todo cuando sintiera el impulso de destruir plantas. Y le comentó: «¿Se da usted cuenta de que da rienda suelta a su rabia y su frustración?»

En nuestros paseos, apenas teníamos ocasión de preguntarle nada porque casi siempre era él quien hacía las preguntas. Sentía gran curiosidad y unas ganas inmensas por aprender de los demás. Sabía mucho de jardinería y coches pero desconocía otros temas. No obstante, todos los campos del conocimiento le inspiraban el mismo interés, no tenía preferencia por ninguno. Su espíritu era tan universal que tenía la capacidad de concentrar toda su atención en cualquier tema o problema. La misteriosa belleza de los cielos fascinaba a K. Sabía bastante de astronomía; por las noches, desde el balcón de su cuarto, le encantaba mirar las estrellas. Nos preguntó acerca de algunas estrellas, pero desgraciadamente, no supimos responderle. He aquí una de las cosas que nos pidió K: «Miren ustedes el lucero de la mañana antes del amanecer. Mediten en soledad y adquieran conciencia del enorme silencio y de la belleza que recorre el universo entero».



 Susanaga Weeraperuma
KRISHNAMURTI TAL COMO LE CONOCÍ
Traducción de Celia Filipetto
Verdaguer, 1 08786 Capellades (Barcelona)

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