Uno no puede estar atento al deseo si lo condena. Es indispensable, pues, comprender el deseo.
Uno ha de "comprender el deseo", no "vivir sin deseo". Si ustedes matan el deseo, están paralizados. Cuando contemplan esa puesta del Sol que tienen frente a ustedes, el solo contemplarla es un deleite, si es que son algo sensibles. Ese deleite también es deseo. Y si no pueden deleitarse contemplando esa puesta del Sol, no son sensibles. Si no pueden deleitarse viendo a un hombre rico en un gran automóvil -no porque lo deseen sino simplemente porque les deleita ver a un hombre en un automóvil grande-, o si no pueden ver a un hombre pobre, desaseado, sucio, ignorante, desesperado, y sentir una enorme piedad, afecto, amor, no son sensibles. ¿Cómo pueden, entonces, dar con la realidad si no tienen esta sensibilidad y este sentimiento?.
Tienen, pues, que comprender el deseo. Y para comprender cada impulso del deseo, deben tener espacio, no tratar de llenar el espacio con sus propios pensamientos o recuerdos, o pensando cómo satisfacer ese deseo o cómo destruirlo. Entonces, gracias a esa comprensión, llega el amor. Muy pocos de nosotros conocemos el amor, no sabemos lo que significa. Conocemos el placer, conocemos el dolor. Conocemos la inconsistencia del placer y, probablemente, el dolor constante. Y conocemos el placer del sexo y el placer de alcanzar fama, posición, prestigio, así como el placer de tener un control tremendo sobre el propio cuerpo, como ocurre con los ascetas, de mantener un récord; conocemos todas estas cosas. Estamos hablando perpetuamente de amor, pero no sabemos lo que significa, porque no hemos comprendido el deseo, comprensión que es el principio del amor.
Sin amor no hay moralidad; hay ajuste a un patrón, ya sea un patrón social o el así llamado religioso. Sin amor no hay virtud. El amor es algo espontáneo, vital, verdadero. Y la virtud no es una cosa que pueda engendrarse por medio de una práctica constante; es algo espontáneo, emparentado con el amor. La virtud no es un recuerdo conforme al cual uno funciona como ser humano virtuoso. Si no conocemos el amor, no somos virtuosos. Podemos asistir al templo, llevar una muy respetable vida de familia, practicar las moralidades sociales..., pero no somos virtuosos, porque nuestro corazón está desierto, vacío, es torpe, estúpido; no somos virtuosos porque no hemos comprendido el deseo. En consecuencia, nuestra vida se convierte en un interminable campo de batalla y el esfuerzo termina siempre en la muerte; termina siempre en la muerte, porque eso es todo lo que conocemos.
Por lo tanto, un hombre que quiera comprender el deseo tiene que entender, tiene que escuchar cada sugerencia de la mente y del corazón, tiene que prestar atención a cada disposición del ánimo, a cada cambio del pensar y del sentir, tiene que vigilar todo eso; debe volverse sensible, alerta a ello. No podemos estar atentos al deseo si lo condenamos o lo comparamos.
Tenemos que cuidar del deseo, porque ello nos dará una comprensión enorme. Y gracias a esa comprensión hay sensibilidad. Entonces somos sensibles no sólo físicamente a la belleza, a la suciedad, a las estrellas, a un rostro sonriente o a las lágrimas, sino también a todos los murmullos y susurros de nuestra mente, a las esperanzas secretas, a los temores ocultos.
De este escuchar y observar surge la pasión, esta pasión que es de la misma naturaleza que el amor. Sólo este estado puede cooperar. Por eso, gracias a esta profundidad de comprensión, a este Observar, la mente llega a ser eficiente, clara, plena de vitalidad, vigor; sólo una mente así puede viajar muy lejos.
OBRAS COMPLETAS, volumen XIV
Madras, 22 de enero de 1964
Jiddu Krisnamurti.
Uno ha de "comprender el deseo", no "vivir sin deseo". Si ustedes matan el deseo, están paralizados. Cuando contemplan esa puesta del Sol que tienen frente a ustedes, el solo contemplarla es un deleite, si es que son algo sensibles. Ese deleite también es deseo. Y si no pueden deleitarse contemplando esa puesta del Sol, no son sensibles. Si no pueden deleitarse viendo a un hombre rico en un gran automóvil -no porque lo deseen sino simplemente porque les deleita ver a un hombre en un automóvil grande-, o si no pueden ver a un hombre pobre, desaseado, sucio, ignorante, desesperado, y sentir una enorme piedad, afecto, amor, no son sensibles. ¿Cómo pueden, entonces, dar con la realidad si no tienen esta sensibilidad y este sentimiento?.
Tienen, pues, que comprender el deseo. Y para comprender cada impulso del deseo, deben tener espacio, no tratar de llenar el espacio con sus propios pensamientos o recuerdos, o pensando cómo satisfacer ese deseo o cómo destruirlo. Entonces, gracias a esa comprensión, llega el amor. Muy pocos de nosotros conocemos el amor, no sabemos lo que significa. Conocemos el placer, conocemos el dolor. Conocemos la inconsistencia del placer y, probablemente, el dolor constante. Y conocemos el placer del sexo y el placer de alcanzar fama, posición, prestigio, así como el placer de tener un control tremendo sobre el propio cuerpo, como ocurre con los ascetas, de mantener un récord; conocemos todas estas cosas. Estamos hablando perpetuamente de amor, pero no sabemos lo que significa, porque no hemos comprendido el deseo, comprensión que es el principio del amor.
Sin amor no hay moralidad; hay ajuste a un patrón, ya sea un patrón social o el así llamado religioso. Sin amor no hay virtud. El amor es algo espontáneo, vital, verdadero. Y la virtud no es una cosa que pueda engendrarse por medio de una práctica constante; es algo espontáneo, emparentado con el amor. La virtud no es un recuerdo conforme al cual uno funciona como ser humano virtuoso. Si no conocemos el amor, no somos virtuosos. Podemos asistir al templo, llevar una muy respetable vida de familia, practicar las moralidades sociales..., pero no somos virtuosos, porque nuestro corazón está desierto, vacío, es torpe, estúpido; no somos virtuosos porque no hemos comprendido el deseo. En consecuencia, nuestra vida se convierte en un interminable campo de batalla y el esfuerzo termina siempre en la muerte; termina siempre en la muerte, porque eso es todo lo que conocemos.
Por lo tanto, un hombre que quiera comprender el deseo tiene que entender, tiene que escuchar cada sugerencia de la mente y del corazón, tiene que prestar atención a cada disposición del ánimo, a cada cambio del pensar y del sentir, tiene que vigilar todo eso; debe volverse sensible, alerta a ello. No podemos estar atentos al deseo si lo condenamos o lo comparamos.
Tenemos que cuidar del deseo, porque ello nos dará una comprensión enorme. Y gracias a esa comprensión hay sensibilidad. Entonces somos sensibles no sólo físicamente a la belleza, a la suciedad, a las estrellas, a un rostro sonriente o a las lágrimas, sino también a todos los murmullos y susurros de nuestra mente, a las esperanzas secretas, a los temores ocultos.
De este escuchar y observar surge la pasión, esta pasión que es de la misma naturaleza que el amor. Sólo este estado puede cooperar. Por eso, gracias a esta profundidad de comprensión, a este Observar, la mente llega a ser eficiente, clara, plena de vitalidad, vigor; sólo una mente así puede viajar muy lejos.
OBRAS COMPLETAS, volumen XIV
Madras, 22 de enero de 1964
Jiddu Krisnamurti.
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